
Tunja 06 de noviembre de 2025
El respeto por la justicia es el respeto por nosotros mismos.
El 6 y 7 de noviembre de 1985 la justicia, sufrió en carne propia la ignominia, el irrespeto, allí se atacó un pilar de la nación, baluarte de la conquista del estado Moderno.
El precio lo pagó en casa, la Corte Suprema de Justicia con la inmolación de sus Magistrados, pero también las bases de nuestra sociedad, acostumbrada al espectáculo de los violentos que llevaron el campo de batalla a personas que no tenían más armas que sus palabras.
No pudo ser más concluyente la comisión de la verdad de este holocausto, todos fueron responsables, desde el silencio y apatía del primer mandatario, la irracionalidad de una toma armada y el exceso de la fuerza pública al reaccionar, la indiferencia del legislativo incluso nuestra falta de reacción más severa ante la magnitud del hecho, del que solo hubo peticiones de perdón cuando la justicia internacional condenó a Colombia, a instancias del Gobierno Nacional.
94 personas fallecidas y dentro de ellas, las actas de necropsia de Fanny González Franco, Alfonso Reyes Echandía, Luís Horacio Montoya Gil, Manuel Antonio Gaona Cruz, Ricardo medina Moyano, Jorge Eduardo Gnecco Correa, Pedro Elías Serrano Abadía, Carlos José Medellín Forero, Darío Velásquez Gaviria, Alfonso Patiño Roselli, Fabio Calderón Botero, junto con Emiro Sandoval Huertas y Carlos Horacio Urán. Así como la trágica partida de Dante Fiorillo Porras
También desaparecieron Lucy Amparo Oviedo Arias, Ana Rosa Castiblanco, Davis Suspes Cely, Cristina Del Pilar Guarín, Bernardo Beltrán Hernández, Carlos Rodríguez Vera, Luz Mery Portela, Héctor Jaime Beltrán, Gloria Anzola de Lanao, Gloria Lizarazo Figueroa, Norma Constanza Esguerra.
No podemos explicar la irracionalidad del comportamiento de los actores en conflicto, del porque su violencia llevada al extremo, lo sucedido pasa a la historia como uno de los más erráticos comportamientos de fuerzas irregulares y regulares del Estado, en donde primó la barbarie y el descontrol, borraron gran parte de una generación de juristas del más alto nivel, nada tiene de genial, nada de retórico, nada para contemplar y menos aplaudir.
Lo ocurrido muestra la soledad, la devastación, las heridas a TEMIS mientras sostiene la balanza, no se escuchó la voz de una de las cabezas del Estado que clamaba parar las muertes, la ceguera de los hijos de Marte pudo más y silenciaron las voces de quienes representaban la justicia con excelsa dignidad, nos llevaron a un holocausto, los guerreristas no dejaron piedra sobre piedra, nos forzaron a reconstruir.
Se dice que “el tiempo lo borra todo”, hoy mostramos que en este evento la afirmación no es cierta.
Conmemorar lo sucedido es recordar, evitar que pase al olvido y aunque puede llevar a «conmover», no pretende el Tribunal más allá de mantener viva la memoria de ese fatídico acontecimiento.
Recordamos a quienes fueron asesinados hace 40 años por representar y defender la justicia, lo sucedido tiene un fuerte impacto emocional en las víctimas, en sus familiares, de allí nuestro profundo respeto.
La justicia es fuerte y soberana, debemos los jueces honrarla, cuidarla todos los días, recordar que los guardianes de la integridad de la Constitución y la Ley esos fatídicos días la defendieron a pesar de los fusiles, las balas, los cañones y la barbarie.
Nuestro deber al recordar es asegurar que no primen los violentos, que no sientan que el silencio es un bálsamo que reconforta, que el sacrificio de los hombres y mujeres a quienes se les arrebató la vida, fueron desaparecidos o silenciados, sirva para evidenciar hasta dónde llega la irracionalidad del que desvía las armas para apuntarlas al ser.
Mostremos que hemos aprendido de esa irreflexión, que la justicia tiene que ser protegida, respetada y escuchada, pues a no dudarlo, es la piedra sobre la cual descansa la democracia.
Decía Aristóteles, “En su mejor momento, el hombre es el más noble de todos los animales; separado de la ley y la justicia es el peor”.
El 6 y 7 de noviembre de 1985 en el palacio de justicia de Bogotá todo falló, no hubo nobleza de los atacantes ni de quienes repelieron la agresión armada, no fue algo genial, no hubo ley en ellos, demostraron su estado de naturaleza y pese al humanismo que a muchos nos inspira, retumban las palabras del célebre contractualista (Thomas Hobbes) “Homo homini lupus”, por eso no iban a admitir a quien racionalmente clamaba: ¡! cese el fuego!!!.
Recordemos lo vivido, construyamos memoria para las nuevas generaciones. Si elevamos el valor de lo que nuestros mártires representaron, nos defendemos con más justicia.
Tribunal Superior del Distrito Judicial de Tunja.
